22 octubre 2005

Ricardo I

Hablar en tercera persona es un síntoma de exceso. Ejemplos hay muchos, sobretodo en el ámbito deportivo: Caszely, Zamorano y el entrañable Martín Vargas son muestras vivientes de ese especie de síndrome. Ese que provoca la popularidad desmedida y la obsecuencia general.

El problema es cuando el síndrome ataca a personajes con poder, y en el caso de Ricardo Lagos el síndrome atacó con inusual potencia.

Como él mismo ha logrado separarse dos personas distintas hay que analizarlo de la misma manera: Ricardo Froilán Lagos es hijo único, lo que casi necesariamente implica que toda la vida su madre le dijo que era lo máximo, el más lindo y encantador. Me imagino que debió ser como el caso de Vicente Huidobro, pero sin el “vinoso” dinero familiar.

“El presidente”, político de fuste e inteligencia innegable. Nada le ha sido regalado y sólo su capacidad le permitió ascender. Es el símbolo de la meritocracia y la encarnación de los valores “republicanos” de un Chile añorado por muchos.

Ambos son muy sensibles al apoyo de su entorno. Cuando lo tienen caminan con el pecho hinchado de confianza. Se saben apreciados, y como tienen sentido histórico, da la impresión que sienten saldada su misión con el país.

Pero la inédita popularid de la que disfrutan también tien su lado oscuro. Desgraciadamente, ésta ha sustentado un lamentable giro autoritario, (transformada a veces en la más vulgar prepotencia) tanto de él, como de su administración.

Es cosa de hacer memoria: últimamente no se puede hacer críticas al Gobierno. El ministro Vidal nos recuerda que éste “no se disculpa”, y cuando las instancias burocráticas fallan provocando que ciudadanos desesperados interrumpan algún discurso de inauguración del “Presidente”, se arriegan a sufrir una memorable parada de carro.

Un columnista del Resumidero del infundio dice: "Como a todo príncipe -y/o hijo único-, no le gustan las críticas; las toma como insultos personales". Estoy de acuerdo.

Es cierto que la reserva moral de la Concertación es la lucha contra la represiva dictadura, pero no hay que abusar de ese as bajo la manga. Menos cuando se habla de democracia mientras se detienen manfestantes en propiedad privada.

Hablar de uno mismo como si se tratara de otra persona es una muestra irrefutable de la curiosa forma en que funciona el ego. Cuando se trata de deportistas y gente ligada al espectáculo las manifestaciones del YO son bastante risibles. La limitada influencia que tienen hace que en la práctica esa proyección de autoestima resulta inocua. Pero con los poderosos la cosa cambia... por suerte no hay reelección inmediata.